Con esta entrega llegamos a la parte final de “Matar al Buda,
matar al Dharma”, el cual nos impulsa a liberarnos de toda dependencia hacía
algo que no sea nuestro Ser. Una frase budista dice: “Buscar a Buda es como
buscar un buey montado en un buey”, la enseñanza es clara, somos Buda, ¡pero no
lo hemos podido ver por andarlo buscando afuera!
El maestro externo es necesario, pero hay que discernir que se
trate de un maestro despierto. Porque si es un maestro dormido hará que duermas
con él, hará que te conviertas en seguidor de su doctrina, hará que idolatres
su personalidad humana, pero no te dará alas para Ser el Ser; él querrá que continúes para siempre como prisionero de su sistema de creencias, sin embargo, te hará creer que eso es la libertad. ¿Qué más podrías
esperar de un maestro dormido? Pero lo peor de los maestros dormidos es que
creen que están despiertos, y para ratificarlo, se otorgan a sí mismo títulos
de “maestros” poderosos y le otorgan títulos a sus seguidores más serviles,
aquellos que nunca cuestionan sus tontas enseñanzas. Pero tarde o temprano,
ellos serán aplastados por el peso de su propia mentira y se cumplirá la
palabra: “Porque cualquiera que se ensalza, será humillado; y el que se
humilla, será ensalzado.” (Lucas 14: 11)
“¡Este ciego calvo sin ojos,
no tiene esperanza! Se concentra en la ropa que llevo puesta, fijándose en si
es azul, amarilla, roja o blanca. Si me quito la ropa y penetro en un entorno
claro y puro, el estudiante mira y se llena de dicha y anhelo. Si también lo
tiro, el estudiante enturbia su mente, agitándose de un modo distraído y confuso,
exclamando que ahora estoy desnudo. Entonces me vuelvo hacia él y le digo: ¿Conoces
a la persona que lleva mi ropa? – De repente se vuelve, y por fin me
conoce.-p.96
Y ahora me miráis a mí, y a pesar de mis rudas palabras, y de
mis palos y gritos que no comprendéis, intentáis también incluirme en vuestro
altar particular, pues necesitáis un altar para vuestros pequeños dioses e ídolos.
Intentáis clasificarme entre las escuelas de Budismo o de Zen, y comentáis lo
bien que se explica el maestro, y me ponéis nota, como si eligierais para mí el
traje dorado, plateado o ambarino. Y os quedáis tranquilos si comprendéis que
este es “zen de la escuela de Lin Chi”. Y es normal que sea abrupto, pensáis,
(pero, añadís, no creéis que quiera realmente decir lo que digo, sino algo más profundo y escondido. Habla en metáforas concluís, y así me
domesticáis). O en su lugar me ponéis de filósofo u orador, y os comparáis
conmigo, y preparáis vuestras particulares obras de teatro. Aunque os he dicho
con total claridad que matéis a los ídolos que lleváis dentro, de nuevo los
construís una y otra vez.
Si logro con alguna de mis frases, con alguna cita elegante de
un sabio, tocar vuestro corazón, y enternecer vuestra mente, a continuación
colocáis esta cita, esa frase, que rápidamente anotáis, entre vuestros mejores tesoros,
y sonreís con arrobamiento ante mi ocurrencia.
Pero si me presento desnudo y os enseño directamente la
realidad, golpeándoos con mi caña de bambú, os volvéis ofendidos y confundidos,
preguntando qué habéis hecho para ser tratados así, y pensáis que tenéis
fortuna si lográis alejaros de un loco como yo. Pero si os quedáis, entonces quizás
llegue el momento en que reconozcáis quién está aquí, quién está ahí y quién
está allí, y abriréis los ojos
Si tomas el hábito que la
persona lleva como la verdadera
identidad, ...solo serás experto en hábitos
y estarás siempre dando vueltas al triple mundo...es
mejor encontrarse con alguien sin reconocerlo,
hablar con él sin saber su nombre... el
problema es que te apegas a las palabras.” -p.
96 - existe una pandilla de seguidores...que
juegan al juego de pasarse palabras, malgastando
su vida en el empeño -p.97
Puesto que os quedáis en el hábito, en las formas, en el juego
de teatro, jugaréis solo a eso, a hacer teatro. Y el teatro que jugáis, el
juego cotidiano en que andáis dormidos, es el mundo de la codicia, el mundo de
la aversión y el mundo de la confusión. Y os apegáis a las cosas y a los seres
desde la identificación. Nombrando a los seres, los queréis o los odiáis.
Identificándoos con ellos los manipuláis y controláis. O llamándolos diferentes
los rechazáis, los odiáis y lucháis contra ellos, considerando que ellos son
los malos y vosotros los buenos. Todo esto hacéis desde la identificación,
desde la calificación, desde la división entre buenos y malos, próximos y
lejanos, dioses y demonios.
Por eso el Maestro dice que es mejor no conocer, no saber el
nombre. Dirigirse al otro como al uno, sin nombres sin identificaciones y sin
calificaciones. ¿Quién es el que es capaz de hacer eso? Pasarse palabras es adueñarse
de nombres como si fueran verdades absolutas, de ideas y conceptos como si
permitieran controlar la vida. En esa tarea de defender vuestra verdad particular,
de mantener vuestra identidad a un grupo escogido, y de alejar a quien
consideráis diferente, pasáis la vida, y gastáis vuestra energía. Tarea necia y
absurda, pues solo conseguís encerraros aún más en vuestra cárcel de hielo.
Vivís en ella la ficción de representar algo importante, crearos y atribuiros
roles. Os decís ahora: soy padre, y ahora hijo, y ahora gobernante y ahora
santo. Y conforme a vuestros roles dais aspavientos e inventáis como es
correcto vestir, comer y comportarse. Obligáis a los demás a hacer las cosas
como está mandado, y resolvéis la vida encerrándola en reglas convenientes.
Este teatro de la vida está lleno de reglas y comportamientos:
Las seis reglas y las diez
mil prácticas son solo adornos de la secta, las trampas del budismo - p.105
Y porque creéis que cumplís todas las reglas y todos los mandamientos
caéis en la trampa de pensar que sois los perfectos y los elegidos. Y creéis
esto a diferencia de quien no lo hace, que es sospechoso de decadencia y de comportamiento
inmoral. Aceptáis la autoridad indiscutida de esos ancianos vestidos de altos
ropajes, pensando que siguiéndoles sin discutir quizás algún día seréis como
ellos, como el vehículo de salvación suficiente.
Creyentes, no utilicéis
vuestra mente de un modo erróneo, sed como el mar, que rechaza los cuerpos de
los muertos. Mientras sigáis cargando con estos cuerpos muertos y corráis por
el mundo con ellos a cuestas, lo único que haréis es obstaculizar vuestra
propia visión y crear obstáculos a vuestra mente. Sin nubes que oculten el sol,
la bella luz del cielo brilla por doquier. Cuando ninguna enfermedad aflige el ojo,
éste no ve flores fantasmas en el cielo vacío - p.115
Es fuerte esa imagen de cargar con el cuerpo de los muertos. El
mar, el océano es el ser que realmente sois, que siempre habéis sido y que
seréis. Los muertos son los personajes a los que os aferráis, las pertenencias
que insistís en meter en vuestro ataúd. Los cuerpos muertos son también las
ideas y palabras que imagináis vuestras creencias irrenunciables, toda esa brea
que lleváis pegada en la piel. Todo ello os hace arrastraros y no moveros de ola
en ola, abandonando a cada instante lo que sobra. Sin embargo, en realidad no
sois así, sois el mar, sois el cielo vacío que está inundado de luz en la
mañana, pero tenéis que quitaros de encima el cadáver que lleváis a cuestas para
verlo.
Por ello os lo ruego, soltad esos cuerpos muertos. Matasteis al
Buda en vuestra conciencia, matasteis las enseñanzas de los antiguos que
cerraban vuestra vida con los mil dogmas y doctrinas. Las eternas verdades que
os dictaban lo que era bueno y lo que era malo. Matasteis los ritos y doctrinas
pequeñas, los apegos familiares, la cadena que os unía al padre y no os dejaba
respirar. Es momento ahora de volar, de soltar el lastre que aun quede; quedaos
vacíos y sin equipaje, desnudos y sin más muertos que alimentar. Así estaréis
preparados para el amor, pues sois el amor. Siempre lo habéis sido. Ahora lo veis.
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Para ver más artículos de Pedro San José, visite el siguiente link: Espíritu y Zen.
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