lunes, 17 de junio de 2013

Matar al Buda, matar al Dharma - Parte III



Lin Chi, conocido también como Rinzai (866 de nuestra era), es uno de los maestros más reconocidos dentro de la corriente zen y fundador de la primera de las cinco escuelas tradicionales del zen en China, la escuela Rinzai. Esta escuela ha sido quizá la más influyente dentro del budismo Chino, llegando con el tiempo a absorber  a las demás escuelas, excepto a la Soto. Se caracteriza por su gran vitalidad y su forma directa de hablar. Lin Chi no estaba interesado en complacer a nadie o en cumplir las expectativas que sobre él podrían crearse sus estudiantes. Él decía lo que sentía decir en el momento indicado.

En el siguiente extracto, Lin Chi dice: “Os digo, no hay Buda, no hay Dharma, ni práctica, ni iluminación”, estas palabras, que pueden sonar extrañas para el neófito en la no-dualidad, significan algo muy concreto. La no-dualidad enseña que no hay dos, solamente existe el Uno sin segundo. Si el estudiante ve al Buda, la Dharma (enseñanza), o a la iluminación, como algo que está por fuera de sí, entonces está aceptando la mentira básica de que estamos separados de Dios. Al buscar a Buda estamos negando el Buda que somos, al buscar la iluminación estamos negando que nuestro Ser es iluminado aquí y ahora. Por lo tanto, cualquier búsqueda de algo por fuera de nosotros es un esfuerzo hecho desde la mente que se cree separada de la totalidad, y eso por ello, es una mentira.

El siguiente artículo contiene (en negrilla) extractos del del Lin Chi Lu, libro escrito hace 1.200 años por el maestro Lin Chi. Los comentarios pertenecen a  Pedro San José.


“No poseo una pizca del Dharma que dar a nadie. Todo lo que tengo son curas para la enfermedad... todo lo que consigo ver son cosas enredadas en arbustos...Mastican con fruición cualquier trozo de mierda con la que se encuentran...Os digo, no hay Buda, no hay Dharma, ni práctica, ni iluminación. Vais de este modo por los márgenes, intentando encontrar algo. ¡Ciegos estúpidos! ¿Os vais a poner una cabeza sobre la que ya poseéis?” - p.88

Por eso lo que os traigo, con mis golpes y mis gritos es una medicina para la enfermedad del alma que padecéis, cuyo síntoma es sentirse como el pez en busca del océano, mientras nada sumergido en él. No habrá nada en mi condición de maestro de zen que pueda recordaros a un nuevo dogma, a verdades infalibles para los problemas humanos. Es cierto que los estudiantes dormidos se imaginan como buscadores del Dharma, esa supuesta verdad mágica que es solución y meta final del camino.

Igualmente han hecho Dios al Buda, atribuyéndole cualidades divinas diferentes de las que sientes en ellos, de igual manera que los caminantes de otras culturas y tradiciones han hecho Dios al Cristo, o a Mohamed.

Siempre es la misma historia: Desconfiáis de quien sois y de vuestra propia realidad, y os convertís en burros andantes por los caminos, dispuestos a tragaros cualquier nueva idea que se ofrezca envuelta en misterios y velos. Estáis hambrientos de ideas, de palabras y conceptos, y no lográis hacer el silencio necesario. Os asusta el silencio.

Creéis que si no encontráis pronto a alguien que os salve vais a perecer en soledad. Sentís la soledad como si estuvierais aislados en un muro de hielo y todo lo que deseáis quedará fuera del alcance de vuestra vista y vuestras manos. Esta sensación que vivís como una pesadilla me da mucha pena, pues es como si mi carne no reconociera a mi carne. Os olvidáis que la cabeza que tenéis, vuestra real mente-corazón, es suficiente y os basta. Pero ocultáis su realidad en medio de esa verborrea. ¡Ay si pudierais detener aunque solo fuera por un instante ese flujo! y ver, como dice el poeta místico, el rostro adorado, que en todas partes y en todo momento se refleja dibujado.

“Creyentes, os digo que no hay Dharma que encontrar fuera. Pero los estudiantes no me entienden y, de inmediato, empiezan a mirar dentro en busca de alguna explicación, sentándose en posición frente a una pared, apoyando su lengua sobre el paladar, totalmente en calma, sin moverse, suponiendo que se trata del Dharma que enseñan los patriarcas. ¡Que gran error! -p.93

Y cuando esto digo surge otra nueva confusión. Es la moda de los esotéricos de nuevo cuño, que creen en la existencia de un mundo extraño abierto solo a los iniciados, y que hay que buscar con empeño siguiendo ritos ancestrales, guardando silencios reverenciales mientras llega, o sometiéndose a búsquedas oscuras mas allá de nuestro propio ser, a través de compañeros angélicos sobrehumanos que han de llevarnos por viajes astrales a un cielo lejano inalcanzable para el común mortal. Esos buscadores de lo interno se escapan en el inframundo de igual manera que antes iban corriendo de allá para acá buscando objetos y personas que les satisficiera en el supramundo. Se han convertido ahora en los campeones de la iluminación extraordinaria, la epifanía que les permitirá de una vez por todas descubrir la verdad, que aguarda como un gran tesoro escondido en lejanas tierras. ¡Que gran error! digo con el Maestro. No existe esa iluminación a una existencia diferente, no existe ese monte Tabor que nos dará ciencia infusa o vida sobrenatural. La única vida sobrenatural es la vida natural, y la única iluminación posible es despertar a lo que tenéis delante de los ojos, y vivir desde ahí.

¿Tan poca fe tenéis en vosotros que os resulta sorprendente que todo lo que el ser humano necesita para avanzar es descubrirse a si mismo, aquí, ahora, en este mundo, en este momento, en este corazón? Por eso el Maestro se ríe de vosotros, amándoos completamente al deciros:

Creyentes, vais con vuestro cuenco de limosnas y este saco de mierda que es vuestro cuerpo, buscando los budas, el Dharma - p.94

Y al decir que arrastráis vuestra vida como un saco de mierda os coloca delante el juicio que mantenéis por vuestra vida, ya que desde vuestros intestinos a vuestro estómago, desde vuestras manos a vuestros pies, desde vuestros sentimientos a vuestra mente sois el cuerpo perfecto, el centro del Dharma. Pero vosotros pensáis a menudo que para alcanzar la joya lejana tenéis que matar vuestro cuerpo, y que nada de lo que tenéis vale la pena. Os imagináis atados a un saco de mierda del que lucháis vanamente por liberaros. Sentís vuestras necesidades de comer y hacer necesidades, de ternura y afecto sexual, de comprensión e intercambio con otros, como bajezas de nuestra estirpe de las que debéis ser rescatados. Pretendéis la renuncia a la vida como forma de conseguir el paraíso, y haciendo esto, que hoy explicáis con argumentos que intentan ser sutiles y moderados, aceptables por los tibios oídos de vuestros modernos congéneres, arrastráis verdaderamente un saco de mierda en vez de vivir el momento de vuestra liberación.



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