Lin Chi, conocido también como
Rinzai (866 de nuestra era), es uno de los maestros más reconocidos dentro de
la corriente zen y fundador de la primera de las cinco escuelas tradicionales
del zen en China, la escuela Rinzai. Esta escuela ha sido quizá la más
influyente dentro del budismo Chino, llegando con el tiempo a absorber a las demás escuelas, excepto a la Soto. Se caracteriza
por su gran vitalidad y su forma directa de hablar. Lin Chi no estaba
interesado en complacer a nadie o en cumplir las expectativas que sobre él
podrían crearse sus estudiantes. Él decía lo que sentía decir en el momento
indicado.
En el siguiente extracto, Lin
Chi dice: “Os digo, no hay Buda, no hay Dharma, ni práctica, ni iluminación”,
estas palabras, que pueden sonar extrañas para el neófito en la no-dualidad, significan
algo muy concreto. La no-dualidad enseña que no hay dos, solamente existe el
Uno sin segundo. Si el estudiante ve al Buda, la Dharma (enseñanza), o a la
iluminación, como algo que está por fuera de sí, entonces está aceptando la
mentira básica de que estamos separados de Dios. Al buscar a Buda estamos
negando el Buda que somos, al buscar la iluminación estamos negando que nuestro
Ser es iluminado aquí y ahora. Por lo tanto, cualquier búsqueda de algo por
fuera de nosotros es un esfuerzo hecho desde la mente que se cree separada de
la totalidad, y eso por ello, es una mentira.
El siguiente artículo contiene
(en negrilla) extractos del
del Lin Chi Lu, libro escrito hace 1.200 años por el maestro Lin
Chi. Los comentarios pertenecen a Pedro San José.
“No poseo una pizca del
Dharma que dar a nadie. Todo lo que tengo son curas para la enfermedad... todo
lo que consigo ver son cosas enredadas en arbustos...Mastican con fruición
cualquier trozo de mierda con la que se encuentran...Os digo, no hay Buda, no
hay Dharma, ni práctica, ni iluminación. Vais de este modo por los márgenes,
intentando encontrar algo. ¡Ciegos estúpidos! ¿Os vais a poner una cabeza sobre
la que ya poseéis?” - p.88
Por eso lo que os traigo, con mis golpes y mis gritos es una
medicina para la enfermedad del alma que padecéis, cuyo síntoma es sentirse
como el pez en busca del océano, mientras nada sumergido en él. No habrá nada
en mi condición de maestro de zen que pueda recordaros a un nuevo dogma, a
verdades infalibles para los problemas humanos. Es cierto que los estudiantes
dormidos se imaginan como buscadores del Dharma, esa supuesta verdad mágica que
es solución y meta final del camino.
Igualmente han hecho Dios al Buda, atribuyéndole cualidades
divinas diferentes de las que sientes en ellos, de igual manera que los
caminantes de otras culturas y tradiciones han hecho Dios al Cristo, o a
Mohamed.
Siempre es la misma historia: Desconfiáis de quien sois y de
vuestra propia realidad, y os convertís en burros andantes por los caminos,
dispuestos a tragaros cualquier nueva idea que se ofrezca envuelta en misterios
y velos. Estáis hambrientos de ideas, de palabras y conceptos, y no lográis
hacer el silencio necesario. Os asusta el silencio.
Creéis que si no encontráis pronto a alguien que os salve vais
a perecer en soledad. Sentís la soledad como si estuvierais aislados en un muro
de hielo y todo lo que deseáis quedará fuera del alcance de vuestra vista y vuestras
manos. Esta sensación que vivís como una pesadilla me da mucha pena, pues es
como si mi carne no reconociera a mi carne. Os olvidáis que la cabeza que tenéis,
vuestra real mente-corazón, es suficiente y os basta. Pero ocultáis su realidad
en medio de esa verborrea. ¡Ay si pudierais detener aunque solo fuera por un
instante ese flujo! y ver, como dice el poeta místico, el rostro adorado, que
en todas partes y en todo momento se refleja dibujado.
“Creyentes, os digo que no
hay Dharma que encontrar fuera. Pero los estudiantes no me entienden y, de
inmediato, empiezan a mirar dentro en busca de alguna explicación, sentándose
en posición frente a una pared, apoyando su lengua sobre el paladar, totalmente
en calma, sin moverse, suponiendo que se trata del Dharma que enseñan los patriarcas.
¡Que gran error! -p.93
Y cuando esto digo surge otra nueva confusión. Es la moda de
los esotéricos de nuevo cuño, que creen en la existencia de un mundo extraño
abierto solo a los iniciados, y que hay que buscar con empeño siguiendo ritos
ancestrales, guardando silencios reverenciales mientras llega, o sometiéndose a
búsquedas oscuras mas allá de nuestro propio ser, a través de compañeros angélicos
sobrehumanos que han de llevarnos por viajes astrales a un cielo lejano
inalcanzable para el común mortal. Esos buscadores de lo interno se escapan en
el inframundo de igual manera que antes iban corriendo de allá para acá
buscando objetos y personas que les satisficiera en el supramundo. Se han
convertido ahora en los campeones de la iluminación extraordinaria, la epifanía
que les permitirá de una vez por todas descubrir la verdad, que aguarda como un
gran tesoro escondido en lejanas tierras. ¡Que gran error! digo con el Maestro.
No existe esa iluminación a una existencia diferente, no existe ese monte Tabor
que nos dará ciencia infusa o vida sobrenatural. La única vida sobrenatural es
la vida natural, y la única iluminación posible es despertar a lo que tenéis delante
de los ojos, y vivir desde ahí.
¿Tan poca fe tenéis en vosotros que os resulta sorprendente que
todo lo que el ser humano necesita para avanzar es descubrirse a si mismo,
aquí, ahora, en este mundo, en este momento, en este corazón? Por eso el
Maestro se ríe de vosotros, amándoos completamente al deciros:
Creyentes, vais con vuestro
cuenco de limosnas y este saco de mierda que es vuestro cuerpo, buscando los
budas, el Dharma - p.94
Y al decir que arrastráis vuestra vida como un saco de mierda
os coloca delante el juicio que mantenéis por vuestra vida, ya que desde
vuestros intestinos a vuestro estómago, desde vuestras manos a vuestros pies,
desde vuestros sentimientos a vuestra mente sois el cuerpo perfecto, el centro
del Dharma. Pero vosotros pensáis a menudo que para alcanzar la joya lejana
tenéis que matar vuestro cuerpo, y que nada de lo que tenéis vale la pena. Os
imagináis atados a un saco de mierda del que lucháis vanamente por liberaros.
Sentís vuestras necesidades de comer y hacer necesidades, de ternura y afecto
sexual, de comprensión e intercambio con otros, como bajezas de nuestra estirpe
de las que debéis ser rescatados. Pretendéis la renuncia a la vida como forma
de conseguir el paraíso, y haciendo esto, que hoy explicáis con argumentos que
intentan ser sutiles y moderados, aceptables por los tibios oídos de vuestros
modernos congéneres, arrastráis verdaderamente un saco de mierda en vez de
vivir el momento de vuestra liberación.
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