“Hubo un hombre que inventó el arte de producir fuego. Tomó sus herramientas
y fue a una tribu que residía en un lugar del norte en que hacía mucho frío, un
frío cortante. Les enseño a los de la tribu a producir fuego. Ellos se
interesaron muchísimo. Les enseño que el fuego era útil para varias cosas: para
cocinar, para calentarse, etc. Ellos estaban muy agradecidos con él por haberles
enseñado el arte de producir fuego. Pero antes de que pudieran expresar su
gratitud, el hombre desapareció. A él no le interesaba el reconocimiento o la
gratitud de la tribu; le interesaba el bienestar de ésta. Fue a otra tribu, en
la cual también se dedicó a enseñarles el valor de su invento. Allí también la
gente estaba interesada, un poquito demasiado interesada para la paz mental de
sus sacerdotes, quienes empezaron a notar que este hombre congregaba multitudes
mientras ellos perdían popularidad. De manera que decidieron eliminarlo. Lo
envenenaron, lo crucificaron, díganlo como quieran. Pero temían que ahora la
gente se volviera contra ellos, de manera que fueron prudentes, incluso
astutos, ¿Saben que hicieron? Mandaron hacer un retrato del hombre y lo
pusieron sobre el altar principal del templo. Enfrente del retrato pusieron los
instrumentos del fuego, lo cual hicieron debidamente durante siglos. Siguieron
la veneración y la adoración, pero no había fuego.”
Anthony de Mello
Esta historia nos recuerda lo que ha sucedido con todos los maestros
que han venido a despertarnos a lo largo de la historia. Buda no necesitó budistas
sino budas, Cristo no necesitaba cristianos sino cristos. Pero la religión organizada
nos enseña a adorar a estos maestros en vez de enseñarnos a hacer lo que ellos
hicieron. En la nueva era vemos también el culto a los maestros donde se les
adora, se les invoca e incluso se les tiene en preciosos altares. Muchos
líderes de la nueva era –al igual que los sacerdotes de la historia- quieren
que adores el retrato del maestro y te vuelvas dependiente de él invocándolo para cada problema; pero lo que ellos no quieren es que enciendas
el fuego que los maestros encendieron.
Un proverbio zen dice: “No sigas a los
hombres sabios del pasado, busca lo que ellos buscaron”. Al hacer esto estarás
siendo fiel a los maestros porque ellos vinieron al mundo a liberarnos, no a
volvernos dependientes de ellos mismos.
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