Las religiones nos venden el
cielo como lo más sagrado. El cielo es ese lugar especial en el cual, si somos
buenos, iremos al morir. La creencia en el cielo hace que muchas veces
despreciemos la Tierra y busquemos a toda costa un escape a nuestra vida
cotidiana.
Pero el cielo no es sagrado,
porque fue creado por la mente como un escape imaginario a la realidad
terrenal. En cambio, la Tierra sí es sagrada, porque es aquí donde vivimos,
aprendemos, crecemos y expresamos nuestro Ser. Es en la Tierra –y no en el
cielo- donde nos iluminamos, donde despertamos.
La creencia en el cielo hace que
la gente se enfoque en las cosas externas para buscar a Dios. Ellos piensan que
la entrada al cielo se mide por la cantidad diaria de rituales (mantras, decretos,
plegarias, etc.) que hacen, por pertenecer a una secta o por asistir a cierto número
de retiros espirituales al año. Pero no, la espiritualidad no es nada de eso.
La espiritualidad se mide por cómo reaccionamos ante lo que nos sucede en la
cotidianidad de la vida. ¿De qué sirve apartar dos horas en la mañana a hacer
hermosos rituales si en la tarde o la noche explotamos con facilidad ante una palabra
pronunciada por el hijo o la esposa?
La Tierra es sagrada porque es de
instante en instante, siendo conscientes del Aquí y Ahora, como expresamos
nuestro Ser y contagiamos a los demás para que despierten también. La pregunta
no es si existe vida después de la muerte (al morir lo sabremos), la pregunta
es si existe vida antes la muerte. ¿Vives la vida plenamente?
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