Alan Watts |
El Zen nació como una síntesis del budismo de la India y el taoísmo
que floreció en China. En su época inicial, el Zen era un estilo de vida
natural que carecía de estructuras eclesiásticas y jerarquías. Con el tiempo,
esta práctica se fue extendiendo en China hasta hacer necesaria la creación de
monasterios para admitir el creciente número de monjes. En ese momento fue
necesario crear las reglas, los ritos y las disciplinas, con el fin de
“estandarizar” el budismo y poderlo entregar a una gran cantidad de jóvenes que
ingresaban sin tener consciencia de lo profundo del Zen. Al masificarse, el Zen
perdió un poco la “magia” y espontaneidad que lo caracterizaba cuando se
impartía sin tanto formalismo. Esto es lo que ha sucedido a muchas religiones
fundadas por seres iluminados. Al llevarlas a grandes grupos, es necesario
adaptarlas al estado de consciencia del público. Sin embargo, su esencia
permanece intacta en el corazón de la religión. Si sabemos buscarla, la encontraremos.
He aquí una perspectiva sobre la esencia del Zen en las palabras de
Alan Watts:
Aunque pudiera suponerse que la práctica del Zen es un medio cuyo fin es el despertar, no es así. En efecto, la práctica del Zen no es una verdadera práctica en tanto tenga un fin de vista, y cuando no tiene en vista ningún fin es el despertar: la vida autosuficiente, sin objeto, del "eterno ahora". Practicar con un fin en vista es tener puesto un ojo en la práctica y otro en el fin, lo cual equivale a falta de concentración y de sinceridad. Para decirlo de otra manera: no se practica el Zen para convertirse en Buddha; se lo practica porque uno ya es Buddha desde el comienzo, y esta "realización original" es el punto de partida de la vida zen.
Zen es ver la realidad directamente, en su "ser así". Para ver el mundo tal como es concretamente, no dividido por categorías y abstracciones, hay que mirarlo con una mente que no piensa acerca de él, es decir, que no forja símbolos. Por tanto, zazen (meditación) no significa sentarse con la mente en blanco que excluye todas las impresiones de los sentidos internos y externos. No es la "concentración" en el sentido corriente de restringir la atención a un solo objeto sensible, como por ejemplo a un punto luminoso o a la punta de la nariz. Es sencillamente una quieta conciencia, sin comentario, de todo lo que pasa aquí y ahora. Esta conciencia va acompañada de una sensación muy vivida de "no diferencia" entre uno mismo y el mundo exterior, entre la mente y sus contenidos: los diferentes sonidos, formas, colores y otras impresiones del mundo circundante. Naturalmente esta sensación no surge porque tratemos de obtenerla; viene sola cuando estamos sentados y atentos sin ningún propósito en nuestra mente, ni siquiera el propósito de librarnos de los propósitos.
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