J. Krishnamurti es el tipo de persona a la que es imposible encasillar o etiquetar. A pesar de haber escrito muchos libros y de haber dado conferencias por el mundo, jamás permitió que las personas lo llamaran gurú o maestro espiritual. Él se concentró en ayudar a la gente a alcanzar su propio despertar, a que conocieran la verdad por sí mismos.
De niño, Krishnamurti fue encontrado por dos teósofos prominentes:
C. W. Leadbeter y Annie Besant, quienes dijeron reconocer en él a un ser muy
avanzado. Tomándolo bajo su tutela convencieron a Krishnamurti de que él sería el
nuevo Mesías, el canal de Maitreya a través del cual se impartiría una nueva
enseñanza mundial. Krishnamurti se convenció de este papel y empezó a tener experiencias
místicas que confirmaban lo que le habían dicho.
Fundó la “Orden de la Estrella” con la finalidad de difundir
sus enseñanzas por el mundo. Muchas personas de todo el globo se unieron a su
causa, mucha de esta gente tenía mucho dinero el cual donaron a Krishnamurti
para que propagara la nueva enseñanza. Incluso le regalaron un castillo en
Holanda desde el cual dirigía la orden.
Pero en medio de la fama, el poder y el aura de misticismo
que lo rodeaba, Krishnamurti tuvo una serie de experiencias espirituales que lo
hicieron despertar y descubrir que todo era una farsa, un montaje hecho por la
mente humana. Así que devolvió todo el dinero que le habían donado, devolvió su
castillo y pronunció a una carta de despedida en la cual instó a sus ex
seguidores a ser libres.
Después de su despertar, Krishnamurti empezó a denunciar a
las instituciones religiosas como la Sociedad Teosófica las cuales se
aprovechan de la necesidad de la mente humana por buscar “lo mágico”, “lo
misterioso”. Después de la Teosofía vendría una serie de enseñanzas
espirituales que inundarían el mundo con sus teorías, todas coinciden en varios
puntos que Krishnamurti expuso: el culto a la personalidad de sus líderes, la
obediencia ciega a los dogmas de su organización, la creencia de que la suya es
la verdad más elevada del mundo, la dependencia hacía la organización y la
incapacidad de los seguidores para discernir por sí mismos.
Krishnamurti fue atacado y vilipendiado durante años. Y tenía
que ser así ya que una revelación tan revolucionaria tenía que hacer callos en aquellos
que se hacen ricos con la ingenuidad de las personas. A estos nuevos “gurús” no
les convenía que sus seguidores estudiaran a alguien como Krishnamurti ya que
eso podría afectar la fe ciega de la cual dependían para controlarlos. Así que
optaron por satanizarlo a la mejor manera de las sectas antiguas y modernas.
Pero lo que enseña Krishnamurti no es una nueva religión ni
una nueva verdad, tampoco busca que lo sigamos a él o a sus enseñanzas; lo que siempre
quiso es que fuéramos libres y que pudiéramos lograr nuestro despertar
espiritual.
Su mensaje sigue siendo actual en medio de tanta confusión
donde populan las sectas que nos hablan del fin del mundo y que atemorizan a
sus seguidores con toda clase de historias, pero a la vez juegan con el orgullo
de las personas diciendo que ellos van a salvar al mundo porque son la verdad
más elevada.
No puedo evitar comparar la vida de Krishnamurti con la de
Gautama Buda, quien fue odiado y perseguido por los brahmanes de su época por
denunciar su sistema de castas y sus cultos robóticos a través de los cuales
controlaban a la población de la India. Buda rechazó los templos, los rituales
y todo esquema religioso a través del cual controlaran a las personas. Lamentablemente,
después de su partida, los seguidores de Buda crearon la religión budista
haciendo exactamente aquello que él rechazó.
El mensaje de J. Krishnamurti se resume en estas palabras:
La verdad no puede
encontrarse a través de otra persona. Sin duda, la verdad no es algo estático;
no tiene un lugar fijo; no es un fin, una meta. Por el contrario, es algo vivo,
dinámico, alerta. ¿Cómo puede ser un fin? Si la verdad es un punto fijo, ya no
es la verdad; entonces es una mera opinión. La verdad es lo desconocido, y una
mente que busca la verdad nunca la encontrará, porque la mente está hecha de lo
conocido; es el resultado del pasado, del tiempo, lo cual cada uno puede
observar por sí mismo. La mente es el instrumento de lo conocido y, por tanto,
no puede encontrar lo desconocido; solo puede moverse de lo conocido a lo
conocido. Cuando la mente busca la verdad, la verdad sobre la que ha leído en
libros, esa verdad es una autoproyección, porque entonces la mente meramente
persigue lo conocido, algo conocido más satisfactorio que lo anterior. Cuando
la mente busca la verdad, está buscando su propia proyección, no la verdad.
He aquí el link a su carta de despedida de la Sociedad Teosófica
y a la página web que difunde sus escritos y conferencias en Latinoamérica:
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