viernes, 9 de junio de 2017

La violencia del cambio

Por Walter J. Velásquez

Toda la violencia del ser humano surge de su necesidad de cambiarse a sí mismo. El cambio ya implica una actitud agresiva en contra de su propia naturaleza. Sé que muchos pueden objetar esto diciendo que una persona agresiva o adicta debe procurar por cambiar y convertirse en alguien pacífico y tranquilo. Pero esto es lo que hemos estado tratando de hacer por milenios y no ha funcionado. Observemos las religiones que más procuran cambiar al ser humano como son el judaísmo, el cristianismo y el islam. Ellos han creado la mayoría de las guerras, desde las cruzadas hasta el fundamentalismo islámico.

En vez de tratar de cambiar, yo invito a las personas a aceptarse a sí mismas tal como son. En vez de luchar contra su ira, deberían entrar en la ira, sentirla, aceptarla y ser conscientes de ella. Al hacerlo, la ira perderá su fuerza, la intensidad que surge cuando se trata de reprimirla. Esto es lo que hacen los budistas Zen o los estudiantes del Vedanta Advaita. Por ello no escuchas de que un seguidor de Ramana Maharshi o un monje Zen se inmolen en una embajada para reivindicar una causa social o religiosa. Ellos observan sus pensamientos y emociones sin entrar en conflicto, entonces sucede una transformación a un nivel más profundo.

Alan Watts, en “La vida como juego” afirma que “Cuando más tratamos de poner las cosas en orden, más las embrollamos”. Esto es cierto para nuestras emociones. Muchas religiones creen que las emociones son diabólicas y luchan para destruirlas. Pero la fricción que se genera sólo logra que las emociones se desboquen creando aberraciones. Es así como el enojo se convierte en cólera; la tristeza en depresión; el miedo en ansiedad, el deseo sexual en perversión, etc. todos estos trastornos surgieron cuando empezamos a tratar de cambiar aquello que en principio era natural.

El sabio no trata de cambiar sino que acepta lo que es plenamente. En la Terapia Gestalt se habla del principio de auto-actualización, el cual consiste básicamente en “Ser lo que se es y no lo que se debería ser”. Esto implica observarse a sí mismo (pensamientos, emociones, comportamientos) sin juzgarse ni ponerle etiquetas a lo que se ve. Esto produce un Darse Cuenta que en sí mismo es transformador. Este es el principio de Blake, dejar al loco persistir en su locura para que se convierta en sabio.

Si en vez de luchar contra la tristeza, que es una emoción natural, persistes en ella sintiéndola sin ninguna resistencia, está se transformará por sí sola. Pero las personas entran en conflicto con la tristeza, entonces crean una falsa alegría para esconderla y mientras tanto, la tristeza así reprimida se deforma y  termina socavando los cimientos de la psiquis humana. Vivimos en una cultura de la felicidad donde está prohibido sentirse triste. Esto ha ocasionado que la depresión llegue a ser la segunda causa de ausentismo laboral en los países desarrollados.


Si cuando viéramos a un amigo triste, en vez de pedirle que esté feliz, lo acompañáramos para que pudiera vivir plenamente su tristeza, prestaríamos un gran servicio. Pero lo que hace la mayoría es exhortar al otro para que se engañe a sí mismo. Por ello aliento a las personas a ser auténticas, lo que incluye ser sinceros y permitir que los estados emocionales fluyan como un río hasta que se resuelvan por sí solos. Si pones una barrera para detener el río, tarde o temprano la romperá destruyendo lo que encuentre a su paso. No luches contra el río, fluye con él.

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