lunes, 25 de mayo de 2015

Este hombre es un dragón

Por Osho

Se dice que Confucio fue a ver a Lao Tse. Lao Tse era un anciano, Confucio era más joven; Lao Tse era casi un desco­nocido, Confucio era conocido casi universalmente. Reyes y emperadores solían llamarle a sus cortes; los sabios solían pe­dirle consejo; era el hombre más sabio de la China en aquellos días. Pero con el tiempo, debió haber sentido que aunque su sabiduría podría ser útil para los demás, él no era feliz, no había logrado nada. Se había convertido en un experto, útil quizás para los demás, pero no para sí mismo. Así que comenzó una búsqueda secreta para encontrar a alguien que pudiese ayu­darle. Los sabios ordinarios no servían, porque ellos solían pedir su propio consejo. Los grandes eruditos no servían, por­que ellos solían acudir a él para consultarle sus problemas. Tenía que haber alguien en algún sitio ‑la vida es amplia.

Así que lo intentó; comenzó una búsqueda secreta. Envió a sus discípulos para que encontrasen a alguien que pudiese ayu­darle, y volvieron con la información de que había un hombre cuyo nombre nadie sabía; se le conocía como "el viejo". Lao Tse significa "el viejo". Lao Tse no es su nombre, nadie sabe su nombre. Es un desconocido tal que nadie sabe cuándo nació. Nadie sabe quién fue su padre ni su madre. Había vivido du­rante noventa años, pero sólo los seres humanos más excep­cionales se cruzaron con él, los muy excepcionales; los que te­nían ojos y perspectivas diferentes con los cuales comprenderle. Sólo existía para los más excepcionales. Un hombre tan ordi­nario, pero que sólo existía para las mentes más excepcionales.

Al oír las noticias de que existía un hombre al que llamaban "el viejo", Confucio fue a verle. Cuando estuvo ante Lao Tse pudo sentir que estaba ante un hombre de gran entendimiento, de gran integridad intelectual, de gran perspectiva lógica, un genio. Pudo sentir que había algo, pero no pudo precisar qué. Parecía que había algo, vagamente, misteriosamente; este hom­bre no era un hombre ordinario. Había algo oculto. Llevaba un tesoro.

Confucio preguntó "¿Qué opinas sobre la moral? ¿Cómo cultivar un buen carácter?". Confucio era un moralista y pen­saba que cultivar un buen carácter era el logro más elevado.

Lao Tse se rió a carcajadas, y dijo: "La cuestión de la inmora­lidad sólo surge si eres inmoral. Y sólo cuando no tienes carác­ter piensas en el carácter. Un hombre con carácter se olvida totalmente del hecho de que existe algo como el carácter. Y un hombre moral no sabe lo que significa la palabra "moral”. ¡Así que no seas tonto! Y no intentes cultivarte. Simplemente sé natural”.

Y este hombre tenía una energía tan tremenda que Confucio empezó a temblar. Se asustó ‑de la forma en que uno se asusta ante un abismo. No pudo soportarlo, y escapó. Cuando volvió con sus discípulos, que le esperaban fuera bajo un árbol, éstos no pudieron creerlo. Este hombre había estado con empera­dores, los más grandes emperadores, y nunca le habían visto ni un ápice de nerviosismo.

Y ahora estaba temblando, sudor frío brotaba de todo su cuerpo. No podían creerlo; ¿qué había sucedido? ¿Qué había hecho este Lao Tse a su maestro? Le preguntaron y él dijo: "Esperad un poco. Dejad que me tranquilice. Este hombre es peligroso".

Y luego les dijo sobre Lao Tse: "Conozco grandes animales como los elefantes, y sé cómo caminan. Y he oído de animales ocultos en el mar, y sé cómo nadan. Y conozco grandes pájaros que vuelan miles de millas por encima de la tierra, y sé cómo vuelan. Pero este hombre es un dragón. Nadie sabe cómo ca­mina. Nadie sabe cómo vive. Nadie sabe cómo vuela. Nunca os acerquéis a él ‑es como un abismo. Es como la muerte".

Y esa es la definición de un maestro: un maestro es como la muerte. Si te acercas a él, si te acercas demasiado, te asustarás, te sacudirá un temblor. Serás poseído por un miedo descono­cido, como si te fueras a morir. Se dice que Confucio nunca regresó a ver a ese anciano.

Lao Tse era ordinario en cierta forma. Y en otra forma, era el hombre más extraordinario. No era extraordinario al estilo de Buda, era extraordinario de una forma totalmente diferente. Su forma de ser extraordinario no era tan obvia -era un tesoro oculto. No era milagroso como Krishna, no hizo ningún mila­gro, pero todo su ser era un milagro ‑la forma en la que cami­naba, su aspecto, su forma de ser. Todo su ser era un milagro.


No hay comentarios:

Publicar un comentario